Es así como millones de argentinos y extranjeros pudieron acceder a la cultura escrita, cumplir con la educación obligatoria, seguir estudios formales, acceder a mundos lejanos, zambullirse en el placer de las fantasías literarias, gozar de la poesía. Todo, gracias a la existencia de esas Bibliotecas, creadas, organizadas y funcionando gracias a la dedicación voluntaria de ciudadanos que aportaban una pequeña cuota mensual para que todos (aun los que no aportaban), pudieran leer.
Las Bibliotecas Populares han sobrevivido a los avatares de los tiempos más diversos. Actualmente –y cada vez más- reemplazan a las escuelas en las funciones que éstas no pueden cumplir porque tienen que dar de comer, constituirse en espacio para la vacunación y la revisación odontológica, ocuparse de las cabezas parasitadas y del maltrato doméstico. En las Populares los chicos aprenden las lecciones, hacen los deberes, leen los cuentos que antes oían de boca de sus padres o de sus abuelos.
Las Bibliotecas Populares son verdaderos refugios de la cultura, fueron y son una herramienta para la apropiación universal de la cultura. Usemos esas herramientas que tienen mucho más de un siglo de vida fecunda: no se trata sólo de defender lo que existe, también hay que avanzar, difundiendo el hambre de lectura y las ganas de saber.
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